1.12.08

// Crítica del diario El Litoral //

// De eso sí se habla //
Por Roberto Schneider

“Una tragedia argentina”, del dramaturgo Daniel Dalmaroni, es una lúcida, cercana, a veces trágica y a veces risible radiografía de la familia argentina que se aprecia en la escena, mostrando la pasión amorosa y sexual, la competencia entre mujeres y la tortuosa relación entre padres e hijos, el acomodamiento y la rutina pero, sobre todo, los modos particulares de ser y hacerse familia de los argentinos. En el transcurso de la historia, el autor ingresa al interior de esa familia para sacar a luz los conflictos que la cruzan, sin abusar del dramatismo y por momentos con un piadoso manto de ternura que de algún modo la absuelve de crímenes y pecados.
Surgen en el texto dalmariano los deseos que las costumbres prohíben y no se pueden cumplir sin atravesar un doloroso y a veces trágico conflicto; los secretos que se arrastran toda una vida sin revelarse, los miedos por situaciones que se supone han atravesado esos seres y que no se confiesan, los resentimientos o los turbios afectos que nunca pudieron ser puestos. En un film emblemático de María Luis Bemberg, de “eso”, en una tradicional familia argentina, no se hablaba. En “La omisión de la familia Coleman”, de Claudio Tolcachir -por citar un ejemplo de cómo la nueva dramaturgia toma el tema de las familias disfuncionales- todo, precisamente, se omite, hasta que estalla. Aquí, en “Una familia argentina”, nada se oculta, todo se dice y el escalpelo se hunde en los cuerpos, como una metáfora clara.
Dalmaroni construye una tragicomedia que se desliza por distintos géneros y tonos con suma precisión, una fábula agridulce que entretiene y que, sin apelar a subrayados ni moralejas altisonantes, resulta incisiva respecto del discurso imperante sobre determinado modelo de familia argentina. Aparecen en escena los infortunios, los desencuentros y hasta las tragedias que no harán otra cosa que unir a sus dolorosos integrantes en una obra que no deja títere con cabeza y, menos, indiferente al espectador.
Instinto teatral
Con un estilo propio y verdadero instinto teatral, el director Lito Senkman construye una puesta en escena excelente. Nunca mejor usada esta palabra. Logra introducirse con hondura en la interioridad de sus criaturas y no les ahorra padecimientos ni confidencias duras sobre sus personas, pero la ternura por ellos puede más y les da una oportunidad, les posibilita un respiro y un camino para no ingresar en la irracionalidad. No oculta, sin embargo, que la vida es áspera y choca a cada rato con escollos que hieren el corazón.
La propuesta de Senkman avanza sobre el texto para que la construcción total refleje el estado de las cosas en esos seres desprovistos de afecto. Elabora un doloroso entramado que va dando cuenta de cierto extrañamiento, de un desplazamiento de la realidad, como si algo de pronto se hubiera corrido de lugar. En la multiplicidad de detalles aparentemente nimios, banales, que va acumulando el director, en la simultaneidad de pequeñas acciones y malentendidos (no exentos de humor), su trabajo adquiere un sentido mayor: hay algo que oscila en ese mundo en el que todo parece estar en su sitio, pero no lo está.
Elenco brillante
El elenco que da vida a los personajes no se queda atrás. Es más, aparece como un baluarte brillante de homogeneidad. Los actores tienen capacidad histriónica, timing cómico, hondura dramática y fuerte convicción. Es estupendo el rol de Silvana Montemurri como la madre, porque la actriz pone cuerpo, voz y alma para lograr uno de los mejores trabajos de su carrera. Raúl Eusebi asume con solidez los avatares de un hermano que sufre intensamente su angustia. Vanina Monasterolo es la perfecta hija que es también hermana a partir de una lograda entrega y Lucas Ranzani otorga a su personaje, de difícil compromiso, la necesaria cuota de ambigüedad que requiere. Su trabajo es en más de un sentido encomiable, porque elude la machietta con fuerza actoral.
Párrafo aparte para Raúl Kreig, un verdadero animal de teatro. Su trabajo como el padre es de antología, pleno de matices y sutilezas, en una cuerda minimalista que evita cualquier desborde. Su fuerte andar no puede ocultar su mirada perdida, sus profundos dolores o su sonrisa descompuesta en un rictus de angustia. Kreig brinda una verdadera cátedra de actuación, que se recordará por mucho tiempo.
Es inteligente y funcional la escenografía de Mario Pascullo; preciso y contundente el vestuario de Verónica Bucci; subraya situaciones la música de Fernando Silva y son certeros los efectos especiales de Mariana Gerosa. La totalidad es pasible de múltiples lecturas (los psicólogos tienen aquí un plato abundante y fuerte) y se resiste a ser reducida a una visión simplista y unívoca. Para reír, llorar, angustiarse. Como en la vida. Chapeau.
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EL DATO
De interés
“Una tragedia argentina” se puede ver los sábados, a las 22, y los domingos, a las 21, en el Foro Cultural Universitario, 9 de Julio 2150.

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