1.10.09

Crítica Carlos Marin - Paraná -Brutal, como tantas veces la vida -

02.10.09
"Una tragedia argentina"
en Paraná | sala La Hendija

Brutal, como tantas veces la vida


Una tragedia argentina, de Daniel Dalmaroni vuelve a escena. Con dirección de Lito Senkman, este inquietante y recomendable trabajo, podrá verse los viernes de octubre a las 21.30, en el Centro Cultural La Hendija.


Carlos Marin

Brutal. Acaso sea el peso propio de esta palabra una traducción adecuada para expresar la puesta de Una tragedia argentina dirigida por Luis Lito Senkman. Una experiencia a la que cabe el calificativo en el más amplio y polisémico sentido que se confiere a aquel término.
La obra, escrita por Daniel Dalmaroni, podrá verse los viernes de octubre en el Centro Cultural La Hendija y es fruto de un proceso creativo generado, producido, financiado y acompañado desde el área de Cultura de la UNL.
El trabajo, que se estrenó a fines del año pasado, llega finalmente —tras una exitosa temporada en Santa Fe—, a una sala paranaense.
En esta oportunidad, Senkman avanza aún más sobre un mecanismo que ha pulido pacientemente en sucesivos trabajos: el espectador es situado en una suerte de Cámara Gesell para observar el desarrollo de la acción dramática en una puesta que avanza conforme un formato que roza el naturalismo.
Como tanto reality que anda dando vuelta por ahí, tanto programa de competencia (ficticia) guionado —aggiornado de la clásica telenovela heredera a su vez del folletín por entregas— se asiste en Una tragedia argentina —y como fruto de un ‘sincericidio´— al proceso de descomposición de un grupo familiar en vivo y en directo.

EXPLOSIVO. “Sólo una chispa basta para incendiar la pradera”, es una de las frases célebres de un revolucionario. Ello es así cuando las condiciones están dadas, claro. Y parece ser que en la cultura contemporánea esta posibilidad está cada vez más a la mano.
En este caso, la anécdota minúscula, intrascendente, banal, que enciende la mecha de Una tragedia argentina es un diálogo entre dos hermanos. A partir de allí la acción se desarrolla con velocidad de vértigo consumiendo una situación que, previsiblemente, concluirá con la deflagración y el estallido final de un barril de pólvora. No es posible que sea de otro modo, tanto como no es posible detener a una locomotora descontrolada y sin conductor a menos que sea descarrilada, con las consecuencias previsibles.
Esta vez Senkman, junto a un elenco destinado a brillar integrado por Raúl Eusebi, Raúl Kreig, Vanina Monasterolo, Silvana Montemurri y Lucas Ranzani, entrega un producto con lo mejor del discurso teatral formateado en una mixtura acorde al espectador contemporáneo; el resultado respeta las convenciones de época: que todo sea rápido, contundente y en formato digerible.
La combinación ha sido lograda magníficamente por el director junto a los actores entre los que descollan Kreig (un auténtico animal de teatro). Vale decirlo, Kreig no luciría con el brillo que lo hace si no existiese el soporte de Montemurri —inspirada en su composición— y Raúl Eusebi, tanto como Lucas Ranzani. En el conjunto resalta asimismo Vanina Monasterolo, con momentos francamente potentes.

MOMENTO LUMINOSO. Fiel a las premisas con las que ha trabajado, Senkman centra su tarea en el trabajo del actor y plantea una puesta despojada de artificios tecnológicos, cuasi naturalista.
Da forma así a una lograda producción que a la vez da cuenta de un momento luminoso en la carrera de este gran director entrerriano; que aún es capaz de sorprender, que desafía al espectador y que logra alcanzar puntos cada vez más altos en su trayectoria.
Frente al ataque de tanta obra banal al teatro con mayúsculas; frente a producciones que llegan precedidas muchas veces del encandilamiento —producto de la marquesina y dispendiosos presupuestos de marketing y publicidad—, esta puesta de Una tragedia argentina señala el otro camino; acaso el más complejo de transitar, pero el más comprometido y valioso. Aquel que hace reflexionar sobre un espíritu de época; de un ‘espectáculo´ que no se ofrece como un mero pasatiempo, como puro entretenimiento vacuo.
Lo que se propone en esta obra es el reencuentro con el teatro a secas, de un modo que no deja indiferente a quien la presencia, al invitar a apreciar una experiencia conmovedora.
Una experiencia que plantea signos potentes e inquietantes de un período en que la violencia bien podría ser el significante que articula familia, lazos, vínculos, roles. Vale decirlo, no se trata de una cuestión novedosa (ya ha sido transitada también en fenómenos como La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir) en un momento pleno de cambios y mutaciones.
En ese punto, la virtud del dramaturgo es estar en sintonía con interrogantes afines a otros autores y puestas, como Hermanitos, de Sacha Barrera Oro; en una coyuntura en que desde lo social surgen preguntas en torno a la identidad en una etapa de crisis signada, contradictoriamente, por la proximidad y el desencuentro. Un tiempo en el cual ante la disolución del lenguaje como espacio de mediación simbólica, se pasa al acto, a herir, a avanzar sobre la eliminación física del otro. Un tiempo en que la incapacidad de aceptación y el estallido de la tolerancia desembocan en un camino en que los marcos que ordenaron la vida y la convivencia se desbaratan ante la fuerza contundente de los acontecimientos.

CONVINCENTE. No es casual, tampoco, a meses del inicio por el Bicentenario de los sucesos de Mayo de 1810, el planteo por entender y entendernos los argentinos ante tanto desencuentro fratricida, ante tanta negación del origen mestizo y de filiaciones ilegítimas, oscuras, poco claras. Algo de eso es dable plantearse a partir de una de las tantas lecturas posibles de este magnífico trabajo.
No hay ingenuidad ni inocencia alguna en los gestos y en la historia de Una tragedia argentina.
Brutal, como tantas veces la vida, la risa es el medio propuesto por Senkman para poder soportar (a modo de mecanismo de defensa) eso que se expone en escena, como ocurre cotidianamente, allí, a la vista de todos; eso que todos saben que sucede, pero que todos callan.
A través de esta puesta del texto de Dalmaroni, Senkman y su elenco denuncian que —nos guste o no— el rey está desnudo. Y lo hacen de una manera que conmueve y convence.

http://www.eldiario.com.ar/textocomp.asp?id=178967