Fragmentos del texto escrito por JORGE MONTELEONE, crítico literario argentino, académico de la Universidad de Buenos Aires y columnista del Suplemento Cultural del diario argentino La Nación, a propósito de la edición del libro TEATRO de Daniel Dalmaroni en la Argentina.
INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR EL LIBRO “TEATRO”,DE DANIEL DALMARONI.
Primera instrucción:
Nombrar un lugar habitual y transformarlo
El espacio de la escena en el teatro de Daniel Dalmaroni busca obsesivamente aquello que parece más habitual: lo habitual es lo que corresponde al hábito, a la convención, y al mismo tiempo el lugar que se habita. Los personajes son miembros de la familia de clase media argentina. Viven allí donde todo parece fuera de sospecha: Nada hay más monótono, más liberado de la sorpresa del suceder. Las piezas teatrales de Dalmaroni siempre ocurren en lo más parecido a… una pieza. Por ejemplo, imagínese una pequeña cocina en una casa de clase media. Los personajes no están rodeados de columnatas dóricas, ni afuera sopla el frío aterrador de Elsinor. Aquí están esos objetos cuya metafísica es nula: heladera, mesada, tubos fluorescentes, ventiluz, y objetos útiles para cortar, cuchillos y tijeras. De pronto estos espacios de la inacción y del tedio se transforman en lo que verdaderamente son, en un presente del todo inmediato donde nada es lo que parece: dada uno de estos escenarios se transforma en otra cosa, se transforma en un infierno, en el infierno, donde todos están condenados.
Segunda Instrucción:
Enunciar al comienzo de la pieza una verdad brutal y encubrirla
El mecanismo de una pieza de Dalmaroni es casi siempre el mismo. La verdad se descubre brutalmente al inicio. El punto de partida es el enunciado liso y llano de lo más evidente y que debería estar oculto, aquello que está destinado a no saberse al principio.Esto significa que en el principio de una pieza de Dalmaroni, allí en el seno mismo de lo habitual, lo que se dice es terrible, porque quiebra precisamente lo que se tenía por normal. Digámoslo así: Dalmaroni hace decir una verdad brutal en el espacio habitual, que es siempre el espacio de lo normal y de lo normativo; en consecuencia, lo normal es lo terrible. O, más precisamente, lo habitual encubre lo ominoso, lo extraño, lo siniestro. Digámoslo de un modo más directo: ante el enunciado de esa verdad brutal los personajes de la clase media argentina se hacen los boludos. El ejercicio de esa boludez –no hablo de inocencia ni de ingenuidad–supone como correlato el ejercicio retórico de un encubrimiento.
Tercera Instrucción:
Contar la novela familiar y hacerlo de nuevo
Se ha dicho recientemente que el núcleo significativo del teatro de Daniel Dalmaroni es la familia, lo ha dicho el genial dramaturgo argentino Ricardo Monti en el prólogo de este libro.El teatro de Dalmaroni vuelve a ejercer la destrucción de lo habitual transformándolo en familiar. La familia es lo más habitual, dice, y en el seno de lo habitual, allí mismo parece residir lo terrible, lo ominoso, lo siniestro. La familia es el infierno. O la irrisión del célebre comienzo de Ana Karenina, de Tolstoi, que dice que todas las familias felices se parecen, pero que las infelices lo son cada una a su modo. En el teatro de Dalmaroni podría enunciarse otra paradoja: todas las familias infelices se parecen, pero cada una a es infeliz a su manera. Se parecen en la estructura del parentesco y cada una a su modo destruyen esa familiaridad por su naturaleza misma: la represión del deseo, la negación de la culpa, el tabú del incesto.El teatro de Dalmaroni provoca una risa negra, un sarcasmo que sólo se soporta porque es absurdo o porque tiene la obscenidad de un chiste verde. Todos los personajes presentan, con el encubrimiento de la verdad inicial en manos de lo cómico, una historia inverosímil que es, sin embargo, el contrarrelato de las relaciones de parentesco, de los lazos familiares. Técnicamente: nos reímos de nervios.
Cuarta Instrucción:
Usar todos los lugares comunes de la lengua familiar y volverlos explícitos
Todos los relatos familiares, es decir los relatos dichos en el lugar de la escena habitual y al mismo tiempo en el seno de las familias argentinas, se vuelven cómicos, absurdos o grotescos. No hay una sola frase del teatro de Dalmaroni que no pueda ser reconocida, no hay hecho social así nombrado que no nos sea familiar o fruto de la costumbre o la pereza, o incluso los hechos extraordinarios o las leyendas urbanas o la vida de los ídolos populares parecen la historia de nuestro tío solterón.
Y finalmente, la quinta y última instrucción para poder escribir este libro:
Ser Daniel Dalmaroni
Ser este señor risueño y a todas luces calvo, que lo acentúa con elegancia para resolver sus historias como si estuvieran traídas de los pelos, un hombre que tenía quince años cuando irrumpe la dictadura militar del `76 en la Argentina y que no ha sido indemne, como ustedes pueden sospechar; un padre de familia que declara su inocencia y dice que el teatro le ha permitido transformarse en un asesino serial. Todos sus amigos y conocidos saben que un relato cotidiano de Daniel Dalmaroni y su particular punto de vista se parecen demasiado al modo de ver el mundo en su teatro: he asistido pasivamente al relato de una nochebuena de su propia familia o a facetas de su vida amorosa, que callaré por delicadeza, con la sonrisa que despierta una escena de su dramaturgia.
JORGE MONTELEONE